¿Qué tan posible es amar a dos personas a la vez?
¿Es posible? Hace tiempo hubiera respondido con un tajante "No". Entonces pensaba que amar a dos personas al mismo tiempo era un acto de egoísmo, una falta de respeto, un engaño. Sobre todo me parecía una falta de madurez, un capricho del tipo "no quiero decidir, lo quiero todo". Hoy pienso de manera distinta. Ahora, cuando menos, puedo responder que amar a dos personas a la vez no es una aberración, se trata de una posibilidad real, tan común que deberíamos dejar de juzgarla como si fuera una "enfermedad" a la que somos inmunes. Para ser justos, habría que empezar por tratar de responder la pregunta desde varios lugares.
La mirada social
Hace dos mil años, cuando menos, la sociedad occidental empezó a vivir en monogamia total (monogamia social, genética, sexual y marital se dieron con la misma persona, siendo que anteriormente ocurrían de manera legítima con distintas personas). Por cuestiones políticas y económicas —que nada tienen que ver con el amor como hoy lo entendemos—, ese tipo de acuerdo resultó la mejor opción para la sociedad. Desde entonces la monogamia no sólo se convirtió en lo "normal", también se instaló como la única posibilidad de tener un sentimiento legítimo y sin culpa. La historia y el arte nos han mostrado que el esquema no funcionó muy bien para todos; más de la mitad de las historias que escuchamos tienen que ver con un amor que no se está quieto, que muda de cuerpo y de rostro, que se multiplica e intensifica sin aviso. Actualmente, con los cambios de paradigma de los últimos doscientos años, la vigencia de este acuerdo conyugal se ha puesto en duda.
Uno de los conceptos que más se ha cuestionado es la fantasía de que la pareja "nos completa", y es la única que puede satisfacer nuestras necesidades tanto emocionales como físicas y sociales. Pero esta idea deposita la responsabilidad de la relación en la otra persona (si yo sufro, es culpa del otro; si gozo, también). A la hora de los conflictos, uno de los dos, generalmente el más vulnerable, termina por hacerse cargo de todos los problemas con tal de no perder a aquel que, como dice el bolero, "es todo lo que tengo en la vida".
De acuerdo con la psicoterapeuta Sara-Anne de Sait-Hubert, la moral clásica ya no se adapta a la psicología amorosa del ser contemporáneo. Hoy estamos superando la concepción dualista del "lo amo/no lo amo" para contemplar toda una gama de matices. Basta revisar la diversidad de nombres que han surgido para designar los distintos tipos de relación amorosa o sexual, dependiendo de la intensidad con que se viva o de los compromisos que cada relación requiere.
La mirada de la ciencia
Hay quien argumenta que los seres humanos somos "naturalmente" monógamos al modo de los lobos o los pingüinos. Pero me parece muy simplista llegar a esa conclusión. Realmente es imposible definir cuál es nuestra "naturaleza", todo en el ser humano pasa por el tamiz de la cultura. Desde la alimentación hasta los hábitos de dormir o la forma de reproducirse son actos culturales en los que intervienen costumbres, hábitos y códigos cuyo fin no es la perpetuación de la especie sino la trascendencia. Ahí es donde amor e instinto comienzan a operar de manera distinta —a través del lenguaje.
Más allá de estas reflexiones, la autoridad en el tema es la neurocientífica Helen Fisher, autora de revolucionarios estudios sobre las determinantes fisiológicas del amor y las relaciones de pareja. Después de 40 años de estudios dedicados al tema, la experta asegura que nuestra "animalidad" es más importante de lo que pensamos cuando se trata de tomar decisiones de pareja. Nuestro cerebro "amoroso" —por llamarlo de alguna forma— se divide en tres polos: el cerebro sexual, el cerebro romántico y el cerebro afectivo. El primero funciona con la libido, el segundo con el enamoramiento y el tercero con vínculos como el apego. Lo más curioso es que no siempre funcionan al mismo tiempo o con la misma persona.
Fisher aclara que los seres humanos somos animales que evolucionaron no para ser felices, sino para reproducirse y perpetuar la especie. Es por ello que al tener más posibilidades de relacionarnos (con tres zonas cerebrales), aumentan nuestras posibilidades de reproducirnos. Esto querría decir que somos capaces de amar, desear y estar enamorados de diferentes personas al mismo tiempo.
En una sociedad poligámica o bigámica esto resultaría aceptable socialmente hablando, sin embargo, nuestra cultura ha limitado estas posibilidades a una sola: la monogamia. Por lo tanto, nos guste o no, pensar en otro esquema de pareja es casi imposible moralmente hablando. Así, nos vemos forzados a elegir entre una persona y otra, aunque eso nos provoque conflictos, dolor, despecho o infelicidad.
Y ahí están, cientos de personas haciéndose la pregunta en este momento: ¿qué hago, puedo amar a dos personas a la vez? Es posible. Y no es ninguna enfermedad. Desafortunadamente, aceptar que la posibilidad existe sigue siendo un acto transgresor, porque todo nuestro sistema de valores está construido con base en el discurso de la monogamia. Siglos y siglos de educación sentimental nos han preparado para sentirnos culpables cuando lo que nos pasa no se parece a lo que la sociedad considera como "lo correcto".
En lo ideal, lo mejor sería hablar con la pareja y contarle lo que ocurre. El otro, en correspondencia, diría "está bien, yo te amo, no te poseo, haz lo que necesites hacer". Pero en la realidad, el simple hecho de planteárselo adquiere un matiz de traición. Parece que cada quien debe evaluar hasta dónde oculta y hasta donde revela su sentir. Si el otro ama de manera no posesiva, si es consciente de que uno puede beber el amor en varias fuentes, que amar a otra persona no es amar menos... quizás así la situación sería llevadera.
¿Ustedes qué piensan? ¿Es posible amar (querer, pensar, soñar, desear) a dos personas a la vez?